El asiento de un avión parece un sitio en el que transportarte cómodamente, pero si te fijas, es un reflejo de lo que ocurre en la sociedad en la que vives. O a la que te diriges. O de la que vuelves.
El otro día, en unos de esos vuelos, un señor mayor sentado junto al pasillo, increpaba a su compañero de vuelo del asiento de atrás, diciéndole que le estaba clavando las rodillas en la espalda. Como yo estaba de pie a su lado pude ver que era cierto, el caballero de detrás estaba repartingado a todo lo que daba su espacio. Pero le contestó que qué iba a hacer, que los asientos eran muy pequeños.
Esta situación me dejó pensando, que en general, cuando pagas por un asiento, en tranvía, autobús, guagua, tren, avión o transbordador espacial, las personas solemos sentirnos con todo el derecho de ocupar todo el sitio, incluido el aire que lo rodea. Por un periodo de tiempo se convierte en nuestro universo, y lo llenamos de almohadas cervicales, comida, crucigramas, revistas, estornudos, toses, voces, etc.
A mi me educaron para entender que, en lo referente al espacio personal, mi libertad termina cuando empieza la del otro, la de la otra persona. Para darme cuenta de que mi mesilla está en la silla del pasajero de delante. De que si alargo mucho mis piernas, mis pies tocan a otro ser que vive en su espacio. De que si toso sin taparme la boca, le toso a todo el avión, propagando mis bichitos. De que si pongo mi gran cuerpo ocupando otro espacio, invado al «otro».
Luego está el efecto dominó. Si tu reclinas tu asiento, yo reclino el mío, y este efecto se puede propagar varias filas. Así, el comportamiento de una sola persona puede alterar el de varias. Igual que cuando das los buenos días con una sonrisa contagiosa. No todo va a ser malo en este mundo…
Por otro lado estarían los niños, los bebés, los no tan bebés, los preadolescentes y los adolescentes. De pequeña me enseñaron, además, a no dar patadas en el respaldo que está delante de mí. Bajo ningún concepto. Ni para apoyarme en el cine. Ni cuando no me caben las piernas, y eso que soy de fémures largos. No sé como lo hicieron mis padres, que nunca me gritaron ni pegaron, pero estos conceptos los tengo muy asimilados. Y mis hermanos también. Pero parece ser que hoy en día hay que dejar a los niños «ser», sin explicarles estas cosas. Como seres sensibles, seguro que entenderían que igual que se les enseña a compartir los juguetes y a comerse lo que está en el plato, su espacio es compartido por otras personas.
No sé si te interesa, pero a mí me parece que esos lugares son minilaboratorios del mundo. Nos empeñamos en mejorar el mundo de muchas formas, pero la mayoría de las personas sigue sin entender que se empieza por cosas pequeñas. Como no dar patadas en el «asiento delantero», que así escrito, parece un ente abstracto, hasta que te das cuenta de que en él habita otro ser, con sus achaques, sus sueños, sus necesidades.. y su espacio.